Lo que Juan dice de Pedro, dice más de Juan que de Pedro… pues no terminamos de aprendérnoslo.
Un chisme es un comentario o noticia no verificada que circula entre la gente, generalmente de carácter negativo. El acto de contar chismes se llama chismorrear y se hace de forma indiscreta o con mala intención. Criticar es examinar y juzgar una cosa, especialmente para determinar su bondad, verdad o belleza y una opinión es la idea, juicio o concepto que una persona tiene o se forma acerca de algo o alguien. Todo ello se practica, de unos a otros, mediante la habladuría, es decir, comentarios sin fundamento que circulan entre la gente, generalmente de carácter negativo o chismoso.
Nos pasamos la vida tomando decisiones que otras personas se encargarán de cuestionar y juzgar, y sobre todo, se verán con la libertad de decidir si eso que has hecho es lo mejor que podías haber hecho en tu vida o no.
Y es que realmente, no somos conscientes de la
influencia que nuestros actos y acciones tienen en los demás. Una palabra, un comentario, una imagen, un gesto… y la vida de una persona puede verse influenciada. Y es tan irónico, la mayoría de esos comentarios o palabras no habrás decidido tu que te las digan, es más, no habrás decido tu que se comenten en el grupo de WhatsApp de tus vecinos, ni que sea la ‘comidilla’ de la oficina hoy, ni habrás decidido que sea el principal tema de conversación en la comida con los amigos, ni por supuesto, que sea eso que todos los miembros de tu familia, tus amigos, tu vecindario y tu pueblo tiene que comentar durante días.
Y es que no aprendemos, no nos damos cuenta de que no somos jueces de la vida de nadie. Que no nos van a regalar nada, ni la vida nos va a tratar mejor por comentar las situaciones de los demás, sus actuacion
es o sus vivencias. No vamos a ganar nada por estar pendiente de qué hace una persona para tener algo de que hablar. No.
Tampoco aprendemos del daño que podemos llegar a hacer en la vida de esas personas. No somos conscientes de la historia, la situación o el momento que cada persona puede estar atravesando o ha tenido que atravesar en su vida para que tu creas que haciéndolo la ‘comidilla’ del barrio estas siendo una buena persona. Se nos llena la boca hablando cosas que ni sabemos causando un mal en alguien, que realmente no sabes como puede estar reaccionando en esto, pero claro, eso no importa, careces de empatía y tu objetivo no es ayudar en nada, es divertirte, entretenerte, tener algo de que hablar, reírte, comentar… ¿por qué?
Pero hay algo que me inquieta aun más, los niños y niñas en hogares aprendiendo de esto, aprendiendo de estas críticas, aprendiendo a hablar de los demás, a cuestionar sus vidas, su ropa, sus móviles, su pelo, sus suspensos, su lenguaje, su TODO. Imaginaros esos niños y niñas en sus escuelas poniendo en práctica eso que han aprendido tan inocentemente de sus padres y madres. Imaginaros siendo así, buscando de qué reírse del compañero, sintiéndose mejor por contarle al grupito el secreto del que se ha enterado hoy, o sintiéndose superior por sencillamente tener un chándal de marca o porque sus padres no se hayan separado. Imaginaros enviando al WhatsApp de los amigos o amigas una captura de la foto que acaba de subir ese niño
o niña, riéndose de él o ella, porque sí, y realizando comentarios despectivos. Imagina cada niño o niña de ese grupo compartiendo esa foto y esos comentarios a otros de sus amigos del WhatsApp, imagina llegar al siguiente día al instituto y que se rían de ti, no sepas por que, hasta que lo descubres o te das cuenta. E imaginaros a ese niño o niña sufriendo algo así, por lo que dicen de él o ella, por algo que no puede controlar, sintiéndose fatal. Parece que si lo pensamos desde la visión de un niño o una niña es más fácil de entender, pues en los adultos pasa exactamente igual.
Y así pasito a pasito, creamos la sociedad, la sociedad en la que todos vivimos. La sociedad que todos abalamos algunas cosas y criticamos otras. La sociedad que se echa las manos a la cabeza cuando lee una noticia como el suicidio, en 2015, de un niño de once tras sufrir bullying en el colegio; o de uno de dieciséis, en 2019 por el mismo motivo; o el suicidio de una mujer en 2016 tras filtrarse un video sexual poniéndoles los cuernos a su pareja, vídeo que sus propios compañeros/as de trabajo, los mismos que lloraban su pérdida en el tanatorio el día del suicidio, difundieron a través de WhatsApp a amigos y amigas, a conocidos, por los grupos, haciendo
comentarios y regodeándose de la intimidad de una persona. Pero esa misma sociedad que tan normal día a día comparte noticias de sus amigos/as o vecinos/as, o fotos, o comentarios sobre sus vidas (en algunos casos sin ser real o si tener toda la información) sin realmente saber la repercusión que eso puede tener sobre esas personas. Y así no hay ni una noticia, ni dos, ni tres. Y ahí somos culpables todos y todas.
La próxima vez que te reconozcas comentando la vida de alguien, su aspecto físico, una decisión que tomó, su vida familiar, en qué gasta el dinero o de donde lo saca, si está solo/a o si ha tenido veinticinco relaciones, si e
stá enfermo o no, si no tiene relación con su prima o su vecino, o qué hacía en tal sitio a tal hora tal día… plantéate que esa persona tiene una vida, una autoestima y está en un proceso que tú no conoces, y que no tienes porqué comentar. Plantéate que tu opinión no aporta absolutamente nada. Plantéate que
se estuviera diciendo lo mismo de ti, o de tu hijo o hija, o de tu hermano o hermana.
Plantéate que hay gotas que colman vasos y que quién dice que esa gota, que va colmar el vaso de esa persona, y le puede
destrozar la vida, no va a ser la tuya. Tomemos conciencia.
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Cierto muy cierto estamos siempre dependiendo de lo que digan la gente y a veces nos dejamos influir por ello por el que irán y otras hablamos antes de pensar las cosas y no sabemos el daño que podemos hacer